El segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner acaba de cumplir cien días pero ya ha sufrido un desgaste de tal magnitud que parecen ser bastante más. Claramente, el principal problema que enfrenta es el escándalo que lo tiene como protagonista al vicepresidente Amado Boudou y el affaire que lo involucra con la quebrada Ciccone. La Presidenta ha ordenado protegerlo para evitar pagar el costo político de elegir a un compañero de fórmula que venía “flojo de papeles”. La demostración de esto es que en cada acto Cristina Fernández lo sienta a su lado para hacer ver que, a pesar de las novedades que se conocen día tras día y dejan a Boudou cada vez más contra las cuerdas, ella lo apoya y por el momento no le va a soltar la mano. Es un mensaje hacia afuera, pero principalmente hacia las entrañas del kirchnerismo donde el vice se está convirtiendo en una figura cada vez más incómoda. Pero la gran pregunta es hasta cuándo la Presidenta mantendrá su cerco de protección sobre él. Por el momento esa pregunta todavía no tiene una respuesta, aunque muchos afirman que si el juez decidiera citarlo a declaración indagatoria ese podría ser el fin del efímero estrellato de Amado Boudou. El viejo axioma del peronismo que acompaña a sus dirigentes hasta la puerta del cementerio pero jamás la atraviesa, es probable que cada día repiquetee con mayor fuerza en la mente el vicepresidente. La oposición, salvo por la honrosa excepción de Margarita Stolbizer, se ha convertido en una espectadora de este escándalo. No aportó elementos que nutran la instrucción que lleva adelante el juez Daniel Rafecas y el fiscal Carlos Rívolo. La información la está aportando el periodismo y la misma investigación judicial que hasta el momento avanza sin tropiezos, una situación muy distinta a lo que ocurre puertas adentro del despacho del juez Claudio Bonadío que investiga la causa de la Masacre de Once. Bonadío tiene grandes diferencias con el fiscal Ariel Delgado y la relación entre ambos es muy mala. Mientras Bonadío parece encausar la investigación como una tragedia que pareciera ser producto de la fatalidad, la visión de Delgado es mucho más amplia. Su planteo es llevar adelante una investigación integral que abarquen el reparto de los millonarios subsidios que recibieron los hermanos Cirigliano y la ruta de ese dinero. Ni más ni menos a dónde fueron a parar los millones y millones que desembolsó el Estado para supuestamente revivir un sistema ferroviario horrendo.
La Masacre de Once, luego del escándalo de Boudou, es el segundo escollo que enfrenta un gobierno al que ya se le notan no pocos signos de desgaste. En ambas cuestiones el gobierno mostró falta de reacción. El raid que ensayó Amado Boudou por los medios integrante de la cadena de medios paraestatal le dio malos resultados. Ni siquiera pudo salir bien parado de periodistas, muchos de los cuales hace ya bastante olvidaron los rudimentos de su profesión, y tímidamente preguntaron. El vicepresidente se contradijo, titubeó y una vez más le echo la culpa Héctor Magneto, Eduardo Duhalde, los noventa y cualquiera que le quede a la mano. Con buen criterio en el gobierno, bueno Cristina, decidió que lo mejor era sacarlo de escena.
A Cristina Fernández no le fue mejor con la Masacre de Once. La Presidenta cree que a fuerza de gritos y frases épicas, que cada vez suenan más anacrónicas y vacías se tiene la razón de su lado. La buena oratoria y la catarata de cifras de inversión en materia de ferrocarriles ya no alcanzan para tapar la corrupción, el capitalismo de amigos y los muertos y mutilados. Falta política y un proyecto claro porque blandir la figura de Néstor Kirchner es insuficiente para los más de tres años de gobierno que quedan para Cristina Kirchner complete su segundo mandato. Cinco días se mantuvo en silencia la Presidenta después de la tragedia. El más estruendoso silencio la rodeó, mientras Julio De Vido y Juan Pablo Schiavi ensayaban explicaciones que llagaron al papelón. No se escuchó de labios de Cristina una sola palabra de consuelo para las víctimas, cuando finalmente se dejó ver en el acto por la conmemoración del bicentenario de la jura de la bandera. En ese oportunidad, acorde a su mejor estilo de gritar y acusar, dobló la apuesta y enumeró inversiones y los millones de dólares que se habían invertido en el sistema ferroviario. Todo un gran sinsentido impropio para el momento. Le “recomendó” al juez que las pericias fueran concluidas en el plazo de quince días, una sobreactuación que jamás se cumpliría. No mencionó ni una sola palabra de la falta de control que reveló la Auditoría General de la Nación y lo medida más osada que tomó el gobierno fue la intervención del contrato de la concesión de los hermanos Cirigliano. Una gestión que es un gran misterio. Por muchos menos a Sergio Taselli le quitaron la concesión del Ferrocarril Roca y debe enfrentar un juicio por supuestas irregularidades por el manejo de $ 35 millones que recibió en concepto de subsidios. Sin embargo, los Cirigliano siguen con su concesión y sobre ellos lo único que pesa es la prohibición de salir del país dictada por el cuestionado Bonadío, que hasta el momento ni siquiera los procesó. Una medida sin un sustento jurídico robusto, sólo por utilizar un término elegante. Es cierto que Taselli no tiene ni tuvo el poder que ostentan los Cirigliano, cuyas redes se extienden mucho más allá que el manejo de trenes y colectivos. Fueron los intermediarios de un misterioso contrato, del que no se conocen mayores detalles, para importar gas natural licuado de Qatar a través de Cometrans Qatar, una sociedad radicada en ese país, para la provisión de ese fluido a la Argentina por veinte años. Proveen los decodificadores para la televisión digital que el gobierno distribuye de forma gratuita en los hogares de menores recursos. Una batalla más en la guerra cultural que libra el kirchnerismo para conquistar el alma y el corazón de pueblo.
YPF es el tercer gran frente de batalla abierto por el gobierno, que después de poner de ejemplo a la empresa una y mil veces; de la noche a la mañana parece haberse dado cuenta que son los émulos de aquellos conquistadores que llegaron a estas tierras ávidos de oro y plata. Néstor Kirchner había impulsado la “argentinización” de la compañía y así desembarcó la familia Eskenazi, que se alzaron con el 25% del paquete accionario sin desembolsar un céntimo. Se acordó por escrito que las acciones de los Eskenazi se pagarían con el reparto de dividendos de la compañía, algo que jamás objetó el gobierno. “El director estatal de YPF nunca objetó la distribución de dividendos, salvo ahora. Hay una cláusula del contrato que dice que el reparto puede ser aprobado sólo por el Secretaria de Comercio Interior, hay que preguntarle al Secretario de Comercio por qué aprobó la operación. Si usted autoriza que se reparta el 100% debe saber que esto implica la descapitalización y falta de inversión de la empresa”, explica Alieto Guadagni –ex Secretario de Energía-, que además revela que la tan vociferada argentinización de la petrolera no es tal. Resulta que los Eskenazi en realidad compraron a través de un fondo con sede en Australia. Es decir que el kirchnerismo la australianizó.
La saga entre YPF y el gobierno no es un combate entre buenos y malos. El mismo Guadagni revela que “YPF tiene un quinto de las reservas de petróleo de argentina y un sexto de la de gas, entre Repsol e YPF se comieron más del 80% de las reservas de gas”. El panorama no alentador. La responsabilidad es del kirchnerismo que jamás desplegó una política energética sustentable que implicara incentivos para la exploración de gas y petróleo. Prefirió consumir aquello que ya se había explorado y, como durante muchos años los dólares llegaban sin cesar, se optó por la importación. El problema energético es muy similar al de la carne. Prácticamente se cerró la exportación, se desalentó la producción y los ganaderos se convirtieron en productores de soja mandando a faena a las vacas, justamente la fábrica de carne que terminó en la mesa de todos los argentinas, en aquella con la que no se jodía. Hoy el precio de carne está por las nubes y el consumo se retrajo en 20 kilos anuales per cápita. La Argentina quedó rezagada en el ranking de exportadores superada por Uruguay y Paraguay. Nada difícil de entender, hay menos carne y el precio sube. Una horrible regla del mercado que se ha verificado una y otra vez a lo largo de la humanidad, seguramente impulsada por aquellos que le ponen los palos en la rueda a la Presidenta. Lo mismo sucede con la energía, pero con un agravante. Mientras que la carne se puede reemplazar por pollo y pescado, la energía no se puede reemplazar. Si se pretende seguir creciendo y mantener las fuentes de trabajo tiene que haber energía, que si en el país no se produce hay que importarla y ello explica el 60% de las importaciones de la Argentina que desvelan a Guillermo Moreno. De todo esto se dio cuenta el gobierno después de ocho años y Cristina Fernández se refiere a los problemas como si recién llegara al gobierno sin hacerse cargo que debe lidiar con su propia herencia y la de su marido. Ya no alcanza con la responsabilizar a la década de los noventa y a los beneficiados de aquella época, muchos de los cuales hoy están bajo el ala del gobierno haciendo suculentos negocios.
El Jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, también recorre el camino sinuoso de las contradicciones. Declaró que en el gobierno no se pensaba nacionalizar YPF, contrariamente a lo que había dicho Horacio Verbitzky en Página 12 que el gobierno se disponía a tomar el control de la petrolera antes de la llegada del invierno. Cuarenta y ocho más tarde, el mismo Abal Medina contradijo lo que había dicho y afirmó que no se descartaba nada inclusive la nacionalización. Todas son señales de un tremendo desconcierto en un gobierno no vacila en abrir frentes, pero que demuestra que no tiene una estrategia clara sobre cómo lidiar con ellos.
Al gobierno no le cierran los números y le faltan dólares. A los pocos días de haber ganado las elecciones, Cristina Fernández impulsó restricciones a la compra de divisas, medidas que con el tiempo se hicieron más duras. Simultáneamente, Guillermo Moreno empezó su combate contra las importaciones y los resultados no parecen ser los mejor. Faltan medicamentos, autopartes e insumos para la producción. A Moreno no le importa nada, sólo llegar a la meta de alcanzar un superávit de U$S 10.000 millones caiga quien caiga. Ahora comenzó a librar la batalla contra la importación de libros, bajo el argumento que la tinta que utilizan en el extranjero contiene demasiado plomo. No cabe duda la originalidad del argumento. Las revistas también parece que correrán la misma suerte. Es una señal pésima porque implica la restricción del pensamiento, pero desafortunadamente termina siendo coherente con un gobierno que no acepta el disenso y sólo acepta el propio relato que construye la corte que rodea a la Presidenta.
En definitiva son todas señales de falta de falta de política y que la economía se está enrareciendo y se está complicando.
“Lo único que tenemos en alza son algunos sectores como el agropecuario. El sector industrial alcanzó un pico en septiembre de 2011 y ese fue un punto de giro. Ahora está cayendo desde altos niveles. Si se analiza técnicamente con herramientas de National Bureau de EE.UU. estamos en un proceso recesivo. Fue a partir del control de cambio y de las importaciones que empezaron en noviembre y se pudo haber agudizado por el control de importaciones. Lo que debe estar pasando es que la inversión y el consumo deben estar cayendo y eso es lo que está provocando este proceso recesivo recién iniciado”, explica el economista Abel Viglione en Contrapunto.
En este contexto se reformó la carta orgánica del Banco Central que le permitirá contar al gobierno con tener los billetes que necesita a fuerza de prender “la maquinita”. Una historia que cualquier argentino mayor de cincuenta sabe cómo termina. Contrariando una regla básica de la economía, muy conocido para los argentinos, la titular del Central Mercedes Marcó del Pont afirma que la emisión no genera mayor inflación. Es claro, el gobierno fue por, tal vez, por la que sea la última gran caja. Cristina no derogó la ley de Convertibilidad, terminó derogando a Néstor Kirchner.
Hay más problemas y frentes abiertos por el propio gobierno que está convencido que con el 54% de los votos y La Cámpora se ir por todos y por todos. El conflicto irracional con Mauricio Macri por el traspasado del subte y las 33 líneas de colectivos se enrolan en este razonamiento. Pero las críticas a los docentes y la profundización con Hugo Moyano, que ya está demostrando que presentará batalla, muestran a un gobierno cada vez más cerrado en sí mismo. Muestran a una Presidenta más cerrada en sí misma y sólo confiando en un cada vez más pequeño círculo íntimo. En este contexto La Cámpora ganas espacios en el poder a costa de peronismo que hasta el momento aparece sin reacción y totalmente desmembrado. El problema con La Cámpora, en principio, ni siquiera es ideológico; es de resultados en la gestión. No lo saben hacer. Aerolíneas Argentinas probablemente sea el ejemplo más contundente. Desde el punto de vista política tampoco cuentan con una gran experiencia. No tienen territorios propios y los votos que le dieron a Cristina Fernández su más contundente victoria no fueron aportados por ellos. La Cámpora tiene pies de barro que difícilmente pueda mantenerse en el firmamento político una vez que termine la era kirchnenrista.
Por estas horas se rumorean cambios en el gabinete y otra vez los nombres de Florencio Randazzo y de Julio Alak están a la cabeza de los ministros que podrían ser reemplazados. A decir verdad si el rumor es cierto o no, no tiene demasiada importancia. En un gobierno tan cerrado y con una Presidenta cada vez más sola, casi aislada, un cambio en el gabinete carece de mayor relevancia política. Nada va a cambiar si en el Ministerio del Interior Randazzo es reemplazado por un militante de La Cámpora. Cristina Fernández de Kirchner no tiene fusibles porque todo y todos dependen de ella.
Si es cierto lo que dice Abel Viglione que la economía está entrando en recesión, diagnóstico que comparten muchos de sus colegas, será la primera vez que el kirchnerismo tenga que gobernar en la adversidad. Probablemente, deban verse obligado a tomar medidas antipáticas para la gran mayoría de la población; algo que nunca les había sucedido. Un anticipo de ello fue la suspensión de los subsidios de gas, electricidad y agua, Julio De Vido y Amado Boudou –antes que estallara el escándalo Ciccone- “vendieron” como un paso más en la redistribución del ingreso. Todo se complicó y ahora estas medidas se suspendieron.
Hay una gran incógnita: ¿El kirchnerismo puede gobernar en un contexto de crisis? Hasta el momento la respuesta es una incógnita. Lo que sí es claro es que no podrá hacerlo con este equipo desgastado y que no está preparado para enfrentar la adversidad de una crisis. La Cámpora tampoco parece estar preparada. A pesar de todo lo que se dice de ella y de la importante cuota de poder que sus integrantes manejan, les falta consistencia y vuelo. Cristina Fernández de Kirchner necesita tomar decisiones rápido y cambiar el aire. Eso es lo que indica el sentido común, sin embargo los primeros cien días de su segundo mandato no muestran que ese sea el camino que se vaya a recorrer.
Es un paradoja pero un gobierno que ha hablado una y mil veces de la recuperación política, ahora que la economía empieza a flaquear y es cuando más se necesita ese margen de maniobra que sólo da la política, muestra evidentes signos que es el bien que más le falta.
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