Nunca escribo mis notas en primera persona, por esa regla que el periodista es un observador y debe mantener una prudente distancia de los hechos. Hoy es la excepción. Hace un rato terminó la marcha reclamando justicia por el secuestro y asesinato de Matías Berardi, que se hizo en la plaza central de Ingeniero Maschwitz. Acá en el pueblo que adopté como propio desde hace seis años, por eso en esta oportunidad me resulta difícil mantener la distancia que tenemos que tener los periodistas. Hoy, no quiero ser sólo un periodista también siento la necesidad de ser un vecino más de Maschwitz.
Todo el pueblo está en la marcha, me cruzo con mucha gente con la que nunca hablé pero que nos hemos visto las caras muchas veces. Después de haber cubierto muchas marchas, me impresiona ésta porque no está “aparateada”. Todos los que fueron a la plaza lo hicieron por su necesidad de reclamar justicia. No hay columnas organizadas siguiendo las órdenes de un puntero, no están ahí para que el político de turno los vea. Decenas de personas están allí porque quieren justicia. Hay chicos, muchos chicos que lloran y llevan carteles. Eso también impresiona. Cantan frente a la comisaria que “acá falta un amigo” y muchos se quiebran en llanto. Creo que son demasiado chicos para llorar la muerte de un amigo, que lo asesinaron porque sí o porque estuvo en el lugar equivocado en el momento justo.
No puedo calcular la cantidad de gente que hay, pero es mucha para este pueblo que a pesar de estar tan cerca de Buenos Aires todavía preserva bastante de pueblo. Pero también pienso que es poca frente a la cantidad de casos de inseguridad, expresión que termina siendo un eufemismo para disfrazar la cantidad de muertos a causa de un Estado ausente. La gente está indignada, tiene bronca y putea contra la policía, los políticos y las leyes. Después de una vuelta a la plaza, la concentración se congrega frente a la comisaría donde la marcha llega a su clímax. Los chicos dirigen la marcha mientras que los adultos permanecen en un discreto segundo plano. ¿No son demasiado chicos?, me pregunto una y otra vez. Ellos deciden el cántico que van a entonar, se ponen adelante del resto frente a las puertas de la comisaria que permanece cerrada; todo un símbolo para un Estado que considera que la seguridad sólo es una sensación e incluso sus funcionarios como el Aníbal Fernández y Julio Alak no dudan en decir que el delito ha bajado. Obviamente, la gente congregada en la plaza de Maschwitz no piensan lo mismo. “Aníbal, Aníbal donde estás? Deja de hablar por Twitter y ponete a laburar”, cantaban los chicos espontáneamente, después empalmaban con “Acá falta un amigo” y no podía evitar conmoverme. Otra vez pensaba ¿No son demasiado chicos?
En la plaza de Maschwitz estaba la gente real, esa que no se ve desde las alturas de los helicópteros o que está demasiado lejos de las alfombras del poder. Había gente de todo tipo, algunos más acomodados que otros pero todos laburantes que muy probablemente les resulte muy lejano el culebrón de Papel Prensa o las construcciones retóricas de la Presidenta pero estaban allí pidiendo que el Estado dejara de decir ausente. Estaban allí pidiendo justicia y paz y que no los sigan matando. ¿Es mucho pedir?
Pensaba si Cristina y Néstor, si Aníbal Fernández y el resto de los voceros de siempre que tienen respuestas para todo hubieran estado ahí, palpando el drama de la gente real; no los problemas de las estadísiticas y de los índices fraguados por Guillermo Moreno. Me hubiera gustado que palparan lo que sentían los vecinos de Maschwitz entre los que habría votantes del kirchnerismo y de la oposición. Le reclamaban a un gobierno que se vanagloria de la presencia del Estado, la presencia del Estado. La contradicción en su máxima expresión.
Pocas veces ví tanta gente llorando, indignados, con bronca y salvo por unos pocos radicalizados, que siempre los hay, nadie pedía mano dura ni pena de muerte. La tristeza y la congoja se palpaba en el aire, se transmitía, se tocaba y por momentos los aplausos lo invadían todo haciendo que la escena ganara en dramatismo. Sentí que había más bronca y tristeza que sed de venganza.
Ingeniero Maschwitz es un pueblo de casas bajas y alrededor de su plaza está la iglesia, la comisaría, el banco y la delegación municipal; es un pueblo tipo. No experimentó la explosión de los barrios cerrados de Pilar y aún conserva esa fisonomía de antaño cuando la zona todavía no se había puesto de moda y la gente no emigraba desde Buenos Aires hacia sus alrededores buscando tranquilidad. Esta particularidad hace que la marcha por el crimen de Matias Berardi sea más potente y tal vez más impresionante. Maschwitz despidió a Matias Berardi en la plaza, con aplausos y lágrimas pero también con bronca y con impotencia frente a un Estado que sigue ausente.
2 comentarios:
La verdad es que estamos anesteciados, ya que la politica de los K es no darle bola a nadie.
Ellos creen que al no ecuchar por lo tanto no responder, esta todo arreglado. La culpa es toda nuestra ya que nos olvidamos de poner nuestra presencia en las calles, o un cacerolazo.
El tema es que al estar los espacios publicos tomados por los piqueteros, da miedo salir. Pero luego no nos quejemos, con votar solo no alcanza, con gobiernos como este populistas y totalitario,es muy dificil buscar la forma de pedir lo que corresponde.Yo vivo en Don Torcuato, donde Massa no puede y no quizo hacer nada para mejorar nuestra solucion, no tenemos agua ni cloacas y el Sr. se pasea por todos lados con aspiraciones de Gobernador??????? Si no puede con el partido de Tigre, menos con una provincia.Pero todos hablan del joven maravilloso, eso es lo que pasa en gral. con los argentinos, no sabemos elegir y luego no nos queremos hacer cargo.
Augusto
Después de tanto dolor y tanto golpe mental en forma constante, donde esta semana continúa con otros Matías en diferentes lugares de la gran ciudad de Bs. As., no queda otra opción que preguntarse: ¿cómo se soluciona esto? Empecemos a cuestionarnos las cosas de esta manera. ¿Cómo le encontramos realmente la vuelta a todos los problemas? El objetivo tiene que ser la solución, no más la queja. Lamentablemente hoy lloramos y mañana todos se olvidan. Los únicos que jamás se olvidarán serán sus familiares y amigos. Y el común de la gente con hijos de la misma edad.
A esto hay que sumarle la realidad: después de oir que el año pasado hubo más/menos 148 secuestros extorsivos, estamos frente a una industria. Como también tenemos una idustria del delito que retroalimenta un crecimiento insostenible de empresas de seguridad y su paralelismo con los barrios cerrados. ¿La solución? Informar, informar e informar. A esto sumarle el pedido constante al Estado de cambiar la política de seguridad. Con la sola presencia de patrulleros y efectivos en puntos claves es un comienzo. Luego apuntalar a esta gente (policías) con educación y sueldos como la gente. El resto de lo que tienen que pulir internamente (drogas, prostitución, juego, alcohol), se hará de a poco con el ojo de la sociedad.
Esto sería un principio. Está claro y se ve una tarea difícil pero no imposible. Nada es imposible.
Publicar un comentario