Enrique Piñeyro ha demostrado a través de su filmografía que tiene un buen ojo para elegir los temas de sus películas. Hace un cine de denuncia que, por lo general, genera que el espectador salga del cine indignado y con la certeza que “el sistema” está corroído por la corrupción, la desidia y hasta la ignorancia de los agentes que forman parte de él; y que termina por tomar de rehenes a los ciudadanos comunes. Una fórmula excelente que pinta acabadamente el debe de la democracia.
El Rati Horror Show es eso. El sistema engullendo a un inocente que fue a dar con sus huesos a la cárcel, enviado allí por un tres jueces que en apariencia no podrían haberse recibido ni siquiera de abogados, engañados como niños por una policía inescrupulosa y corrupta y los medios poniendo en evidencia una falta de profesionalismo apabullante. La película es eficaz en mostrar contradicciones, decisiones inconsistentes y aporta muchas pruebas para sostener la inocencia de Fernando Ariel Carrera; la verdadera víctima de la llamada Masacre de Pompeya condenado a treinta años de prisión.
El problema de la película es cómo cuenta la historia. Piñeyro utilizó el mecanismo de hacer una película contando cómo se hacía la película, herramienta que por ejemplo se utilizó en la célebre En Busca de Ricardo III, protagonizada por Al Pacino. Es una forma compleja de concebir el relato porque se corre el riesgo que la historia que se cuenta deje de ser la historia para convertirse en la historia de la película cayendo en una zona demasiado autorreferencial y es aquí donde falla la película. El protagonista termina siendo Piñeyro y Carrera termina en un segundo plano. Hay demasiadas tomas en oficinas explicando lo que muestra una computadora y muchas de ellas demasiado oscuras, que no se llega a entender si el objetivo del director fue crear un clima asfixiante o se trata de errores en la iluminación.
A lo largo de la película hay un despliegue desmesurado de todos los artilugios de Apple desde el IPhone hasta la reciente IPad , despliegue que por momentos genera la sensación que trata de llenar determinados vacíos en el relato. Hay una escena demasiado larga en la que Piñeyro trata de demostrar el sonido de un proyectil entrando en el cuerpo de una persona. Un Piñeyo de turbante negro dirige la interminable preparación del ejercicio que no se entiende qué busca probar en relación al caso. Se hace tedioso y le falta precisión porque aparentemente utilizan para la demostración un arma distinta a la usada por la policía para dispararle a Carrera, que recibió nada más y nada menos que ocho impactos de bala.
Por momentos, uno siente que falta contundencia en algunos tramos del film y principalmente en el testimonio de Carrera. ¿Quién es? ¿Qué hacía? ¿Qué pasa con su familia en la actualidad? ¿Qué había hecho durante ese día que terminó involucrado en la Masacre de Pompeya? ¿Por qué contrató como primer defensor a un abogado vinculado con la comisaria 34? Estas son algunas preguntas que la película deja sin responder, como así tampoco cuál fue la estrategia de defensa del segundo abogado. Y ésta es otra falencia de El Rati Horror Show, que desde el punto de vista de la investigación periodística le falta un “golpe de horno” para terminar de cerrarla.
Sin embargo, más allá de estas falencias, la película logra su cometido de instalar una denuncia que repugna. Uno sale del cine cayendo en la cuenta que en cualquier momento puede ser tragado por el sistema sólo por estar en lugar y el momento equivocados. Piñeyro es eficaz y contundente en su objetivo y lo consigue, pero desde el punto de vista de la realización cinematográfica termina quedando a medio camino.
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