En poco menos de sesenta días los argentinos volveremos a las urnas para decidir quién nos gobernará por los próximos cuatro años. Estamos en campaña, periodo en el cual deberíamos estar asistiendo a un debate permanente de ideas y propuestas, de lucha por el poder y casi de una danza de apareamiento entre candidatos y votantes. Sin embargo, los hechos marcan que lo que es, está lejos de lo que debería ser. Existe una sensación muy arraigada que las elecciones pasaron a ser un sencillo trámite que sólo tiene como fin refrendar al gobierno. Es una nociva sensación para un sistema democrático, cuyo uno de sus pilares es la discusión y la ampliación del mercado de ideas.
A la hora de ser justos no sería correcto responsabilizar al gobierno por esta situación, tal vez en este contexto sea el único que está jugando su lógico rol de tratar de permanecer en el poder. En este sentido, creo que la principal responsabilidad debe necesariamente recaer sobre la oposición y la sociedad en su conjunto, que como ocurre casi siempre, irá mansamente a votar lo que considera el mal menor o la propuesta que le permita seguir comprando un DVD en cómodas cuotas. Pero si el experimento electoral fracasa, nadie se va a responsabilizar de lo que hizo en el cuarto oscuro. Todavía me estoy preguntando cómo Carlos Menem fue reelecto si nadie lo votó, o qué mecanismo sobrenatural posibilitó que Fernando De La Rúa desembarcara en la Casa Rosada cuando ahora todos decimos saber que no estaba lo suficientemente capacitado para gobernar. La nuestra como sociedad, es una posición de lo más cómoda porque nunca nos hacemos cargo de lo que votamos. Entonces, como ponemos la responsabilidad fuera de nosotros, no reconocemos la acción como un error y así volvemos a cometerlo. Es un círculo vicioso que se fortalece con lo que podríamos llamar impunidad de conciencia.
Tal vez la consecuencia más grave que genera esta “impunidad de conciencia” es que nuestras exigencias son cada vez más básicas y cada vez más se acercan al umbral de subsistencia. Al emplear la palabra “subsistencia” lo hago en términos de las aspiraciones que tiene una sociedad en todo sentido y no como sinónimo de canasta básica del INDEC; el concepto es más profundo.
En el gobierno de Menem todo pasaba por meterse en un crédito hipotecario, tener una casa y viajar a Miami. En el gobierno de Kirchner todo pasa por tener un cero kilómetro y comprarse un plasma. En este marco el debate de fondo que intentan plantear Elisa Carrió y López Murphy, sobre la jerarquización de las instituciones como medio para alcanzar un bienestar mayor no tiene lugar; sencillamente porque a nadie le importa el tema. Ya ni siquiera hacemos el esfuerzo de analizar si estamos de acuerdo o no con esas ideas o con ese método, nos resulta más fácil ver Gran Hermano. Hasta eso se degradó con respecto a la década de los 90. Cualquiera coincidirá conmigo que la saga del jarrón de Coppola, protagonizadas por Samantha y Natalia eran verdaderas piezas de dramaturgia contemporánea al lado de un grupo cobayos que lo más audaz que se permitieron fue tocarse por debajo de una sábana. Mauro Viale, gracias!!!
Los dirigentes de la oposición le endilgan al gobierno que éste no es capaz de escuchar ideas distintas ni siquiera para refutarlas. Tienen razón, pero el problema es que más allá del frustrado intento de Carrió y López Murphy, que terminó con declaraciones más propias de un desengaño amoroso que relacionadas con la política, tampoco hablan entre ellos ni siquiera para decir que no están de acuerdo.
Desde que ganó, Mauricio Macri se comporta como un exiliado de la política. Parece no entender que su arrollador triunfo significa no sólo ser Jefe de Gobierno, sino convertirse en uno de los líderes de la oposición. Macri ha desechado hasta el momento este papel, porque tiene una visión reduccionista de la política. Un argumento que implica que como no va a correr la carrera presidencial, no tiene sentido meterse en discusiones propias de otros ámbitos. Al parecer, nunca se le ocurrió que hubiera podido convertirse en un articulador del diálogo entre las distintas fracciones de la oposición; una posición de privilegio legitimada por el voto popular. Probablemente, para jugar ese partido haya que tener una capacidad de liderazgo distinta porque debe ser más complejo que intentar retener a Riquelme en las filas de Boca. Sin embargo, Macri tampoco parece involucrarse en los temas propios de la Ciudad. Su principal reacción luego del debate por el traspaso de la policía (sin fondos), fue pedirle una reunión al Presidente. No se le ocurrió dar el debate político y apuntalar a muchos dirigentes de su agrupación, que han batallado admirablemente defendiendo sus convicciones como el diputado Federico Pinedo. Más grave aún fue lo que pasó con el pretendido aumento del ABL. Cuando un dirigente no está dispuesto a pagar los costos políticos de gobernar y de hacer política, su figura se desgasta irremediablemente.
Roberto Lavagna está aislado. Cómodamente instalado en lo más alto de una torre, desde donde pretende dirigir los destinos del país a través de una especie de ensayo académico que no lo exponga a dejar el laboratorio. Lo más preciado que tiene es su plan de gobierno, que no parece estar dispuesto a debatirlo con otro dirigente para evaluar coincidencias y divergencias. Tal vez haya quedado entrampado en un pedazo de papel.
A esta altura del análisis poco es lo puede aportarse acerca de las candidaturas de Carrió y López Murphy que no se haya dicho, pero por momentos suenan más testimoniales que otra cosa. Finalmente, en este módico espectro de candidatos tenemos al gobernador de San Luis, Alberto Rodríguez Saa. La verdad es que pensar que porque “el Alberto” está en contra de Kirchner, Santa Cruz y San Luis han sido gobernadas de forma muy distinta sería un error imperdonable. En ambas provincias las recetas fueron las mismas.
A la hora de ser justos no sería correcto responsabilizar al gobierno por esta situación, tal vez en este contexto sea el único que está jugando su lógico rol de tratar de permanecer en el poder. En este sentido, creo que la principal responsabilidad debe necesariamente recaer sobre la oposición y la sociedad en su conjunto, que como ocurre casi siempre, irá mansamente a votar lo que considera el mal menor o la propuesta que le permita seguir comprando un DVD en cómodas cuotas. Pero si el experimento electoral fracasa, nadie se va a responsabilizar de lo que hizo en el cuarto oscuro. Todavía me estoy preguntando cómo Carlos Menem fue reelecto si nadie lo votó, o qué mecanismo sobrenatural posibilitó que Fernando De La Rúa desembarcara en la Casa Rosada cuando ahora todos decimos saber que no estaba lo suficientemente capacitado para gobernar. La nuestra como sociedad, es una posición de lo más cómoda porque nunca nos hacemos cargo de lo que votamos. Entonces, como ponemos la responsabilidad fuera de nosotros, no reconocemos la acción como un error y así volvemos a cometerlo. Es un círculo vicioso que se fortalece con lo que podríamos llamar impunidad de conciencia.
Tal vez la consecuencia más grave que genera esta “impunidad de conciencia” es que nuestras exigencias son cada vez más básicas y cada vez más se acercan al umbral de subsistencia. Al emplear la palabra “subsistencia” lo hago en términos de las aspiraciones que tiene una sociedad en todo sentido y no como sinónimo de canasta básica del INDEC; el concepto es más profundo.
En el gobierno de Menem todo pasaba por meterse en un crédito hipotecario, tener una casa y viajar a Miami. En el gobierno de Kirchner todo pasa por tener un cero kilómetro y comprarse un plasma. En este marco el debate de fondo que intentan plantear Elisa Carrió y López Murphy, sobre la jerarquización de las instituciones como medio para alcanzar un bienestar mayor no tiene lugar; sencillamente porque a nadie le importa el tema. Ya ni siquiera hacemos el esfuerzo de analizar si estamos de acuerdo o no con esas ideas o con ese método, nos resulta más fácil ver Gran Hermano. Hasta eso se degradó con respecto a la década de los 90. Cualquiera coincidirá conmigo que la saga del jarrón de Coppola, protagonizadas por Samantha y Natalia eran verdaderas piezas de dramaturgia contemporánea al lado de un grupo cobayos que lo más audaz que se permitieron fue tocarse por debajo de una sábana. Mauro Viale, gracias!!!
Los dirigentes de la oposición le endilgan al gobierno que éste no es capaz de escuchar ideas distintas ni siquiera para refutarlas. Tienen razón, pero el problema es que más allá del frustrado intento de Carrió y López Murphy, que terminó con declaraciones más propias de un desengaño amoroso que relacionadas con la política, tampoco hablan entre ellos ni siquiera para decir que no están de acuerdo.
Desde que ganó, Mauricio Macri se comporta como un exiliado de la política. Parece no entender que su arrollador triunfo significa no sólo ser Jefe de Gobierno, sino convertirse en uno de los líderes de la oposición. Macri ha desechado hasta el momento este papel, porque tiene una visión reduccionista de la política. Un argumento que implica que como no va a correr la carrera presidencial, no tiene sentido meterse en discusiones propias de otros ámbitos. Al parecer, nunca se le ocurrió que hubiera podido convertirse en un articulador del diálogo entre las distintas fracciones de la oposición; una posición de privilegio legitimada por el voto popular. Probablemente, para jugar ese partido haya que tener una capacidad de liderazgo distinta porque debe ser más complejo que intentar retener a Riquelme en las filas de Boca. Sin embargo, Macri tampoco parece involucrarse en los temas propios de la Ciudad. Su principal reacción luego del debate por el traspaso de la policía (sin fondos), fue pedirle una reunión al Presidente. No se le ocurrió dar el debate político y apuntalar a muchos dirigentes de su agrupación, que han batallado admirablemente defendiendo sus convicciones como el diputado Federico Pinedo. Más grave aún fue lo que pasó con el pretendido aumento del ABL. Cuando un dirigente no está dispuesto a pagar los costos políticos de gobernar y de hacer política, su figura se desgasta irremediablemente.
Roberto Lavagna está aislado. Cómodamente instalado en lo más alto de una torre, desde donde pretende dirigir los destinos del país a través de una especie de ensayo académico que no lo exponga a dejar el laboratorio. Lo más preciado que tiene es su plan de gobierno, que no parece estar dispuesto a debatirlo con otro dirigente para evaluar coincidencias y divergencias. Tal vez haya quedado entrampado en un pedazo de papel.
A esta altura del análisis poco es lo puede aportarse acerca de las candidaturas de Carrió y López Murphy que no se haya dicho, pero por momentos suenan más testimoniales que otra cosa. Finalmente, en este módico espectro de candidatos tenemos al gobernador de San Luis, Alberto Rodríguez Saa. La verdad es que pensar que porque “el Alberto” está en contra de Kirchner, Santa Cruz y San Luis han sido gobernadas de forma muy distinta sería un error imperdonable. En ambas provincias las recetas fueron las mismas.
En tanto, la candidatura de Cristina parece blindada, nada la afecta. No importa Skanska, la valija de Antonini Wilson, el arrebato asesino de Varizat, los dibujos del INDEC y la bolsa de Felisa; la senadora está despegada de todo y la oposición es incapaz de capitalizar los continuos errores del gobierno. Es tan pobre esta campaña que los candidatos ya ni siquiera necesitan hacer promesas, a tal punto que la posible presidenta ni siquiera le parece importante reunirse con la CGT; cuyos dirigentes -encabezados por Hugo Moyano- ya comienzan a mostrar signos de preocupación.
La verdad que el panorama es desalentador, porque la política se ha fugado de la Argentina y para los políticos es más fácil crispar el puño que tender la mano. Pero el problema es que al final del día las víctimas del puño crispado somos nosotros, y entre otras razones, porque tenemos impunidad de conciencia.
La verdad que el panorama es desalentador, porque la política se ha fugado de la Argentina y para los políticos es más fácil crispar el puño que tender la mano. Pero el problema es que al final del día las víctimas del puño crispado somos nosotros, y entre otras razones, porque tenemos impunidad de conciencia.
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