La verdad es que no soy un fanático del fútbol ni del rugby, pero como tantos otros argentinos no me pierdo partido de la selección y ahora tampoco de los Pumas. Esta característica, tal vez, me permita ser más frío para trazar un paralelismo entre ambos deportes. El primero inescindible del “ser nacional” y parte del gen argentino, el segundo que se abre paso para conquistar cada vez más corazones. Parece difícil intentar trazar alguna relación entre dos disciplinas tan asimétricas pero creo que se puede.
A lo largo de este mes y medio los argentinos, a través de los Pumas, volvimos a comprobar que se puede luchar en desigualdad de condiciones. Independientemente de cuál sea el resultado por el tercer puesto del mundial, nadie duda que este plantel ha hecho historia desde lo deportivo; pero también se ha convertido en un ejemplo de lo que podría ser la Argentina en todos sus órdenes. Esta es la lección más importante que dejan los Pumas, al menos desde mi modesto punto de vista.
Luego de la derrota ante Sudáfrica, las declaraciones de los jugadores y del cuerpo técnico mantienen una coherencia sólida. En primer término todos admitieron que cometieron errores y sostienen que es la principal razón del resultado deportivo. Nadie culpó al árbitro, a los botines o al FMI. Reconocieron que los Sprinboxs fueron mejores. Todos confiesan estar dolidos y en sus declaraciones como en sus caras, se percibe que ese sentimiento es auténtico. Y, más allá de la frustración por no llegar a la final, pasadas las primeras horas de bronca, se disponen a dejar otra vez todo en la cancha para alcanzar el tercer lugar. Es raro pero por momentos los Pumas no parecen argentinos.
En el mundo del fútbol, nuestro deporte nacional y popular, las cosas son bien distintas. Los jugadores apenas mueven los labios al cantar el himno, porque parece que se trata sólo de un compromiso meramente protocolar al iniciar un partido. El director técnico de la selección, Alfio Basile, dijo sobre el partido contra Venezuela: “Les perdonamos la vida”. Es decir que no dejaron todo en la cancha, algo que hasta parece una falta de respeto al rival. Nos agrandamos afuera, pero como sea el resultado fue 2 a 0; no parece una gran hazaña. Mientras Marcelo Loffreda quiere terminar el su paso por los Pumas dando lo mejor de sí y que el equipo salga con el mismo ímpetu que en los otros partidos, todavía recuerdo el desprecio del Coco de no ir a recibir la medalla de plata en Venezuela. Como también me acuerdo de las ya míticas declaraciones de Daniel Passarella cuando en Bolivia, para justificar el desempeño de la selección que dirigía por aquellos días, declaró que allí “la pelota no dobla”. Un verdadero desafío que ni los físicos más importantes todavía no pudieron resolver.
En el fútbol, dicen los que saben, tenemos los mejores jugadores, un “dream team” de individualidades pero que nunca termina de cristalizar en resultados; al menos desde 1986 en que ganamos por última vez el Mundial. Siempre tenemos excusas, que nos toca el grupo de la muerte, que hay una conspiración en la FIFA para que no ganemos, etc. En cambio en el rugby, si bien también se habla de individualidades, se menciona más al equipo y al trabajo en conjunto. No van a encontrar un sola declaración de ninguno de los Pumas poniendo a una persona por sobre el equipo.
Otra particularidad es la actitud de los jugadores. Los integrantes de la selección vienen de abajo, son pueblo y muchos salen de las entrañas de la Argentina profunda. Pero siempre parecen como alejados de la gente que tanto los alentamos, se parecen más a estrellas inalcanzables que a personas que consiguieron hacer realidad sus sueños. En cambio, los Pumas son chicos bien, muchos de ellos profesionales que salieron de las clases más acomodadas del país; que “a priori” uno podría pensar que no deberían tener hambre de gloria y pasión porque tal vez su vida esté arreglada en otro ámbito. Sin embargo, uno los percibe más cerca de la gente, con la sangre caliente y con sus sentimientos en carne viva, ganen o pierdan: quieren gloria. Tienen amor por la camiseta. Sé que alguno podrá decirme que eso se debe al amateurismo del rugby argentino. Sin embargo, ese es un argumento inconsistente porque la mayoría de los Pumas juega profesionalmente en Europa. Me adelanto a que otro diga pero el fútbol mueve millones, no podés comprar una cosa y otra. Es cierto, el del fútbol es un negocio mil veces más cuantioso que el del rugby; pero no parece un parámetro demasiado sólido para medir el amor por la camiseta y poner todo adentro de la cancha. No me conforma. Creo que son dos mentalidades bien distintas.
Otra paradoja: mientras los Pumas no se cansan de criticar a la dirigencia del rugby argentino para mejorar las cosas, nunca escuché a los jugadores de la selección mencionar nada sobre la violencia, ni tampoco sobre la perpetua permanencia de Julio Grondona al frente de la AFA. Y convengamos que los dirigentes de la Unión Argentina de Rugby, la AFA del rugby, deben ser apenas párvulos traviesos en comparación con la dirigencia del fútbol local.
No me lo imagino a Loffreda poniendo fármacos en un bidón de agua para menguar el rendimiento del rival. Branco todavía se debe acordar de Bilardo y de la madre de todos nosotros. Claro, pero Bilardo va a ser parte del gobierno de Daniel Scioli si gana las elecciones. Somos la Argentina del fútbol, de las excusas, de las conspiraciones y de no admitir nuestros errores. Los resultados del país también. Sería bueno, que más allá de los resultados deportivos, tomáramos algo de lo que nos dejan los Pumas después de este mundial; pero no creo. Me parece que los Pumas no son argentinos. Perdón, cometí un pecado: me metí con el fútbol. Me rectifico: ¡Viva Coco, la mano de Dios y el Narigón!
A lo largo de este mes y medio los argentinos, a través de los Pumas, volvimos a comprobar que se puede luchar en desigualdad de condiciones. Independientemente de cuál sea el resultado por el tercer puesto del mundial, nadie duda que este plantel ha hecho historia desde lo deportivo; pero también se ha convertido en un ejemplo de lo que podría ser la Argentina en todos sus órdenes. Esta es la lección más importante que dejan los Pumas, al menos desde mi modesto punto de vista.
Luego de la derrota ante Sudáfrica, las declaraciones de los jugadores y del cuerpo técnico mantienen una coherencia sólida. En primer término todos admitieron que cometieron errores y sostienen que es la principal razón del resultado deportivo. Nadie culpó al árbitro, a los botines o al FMI. Reconocieron que los Sprinboxs fueron mejores. Todos confiesan estar dolidos y en sus declaraciones como en sus caras, se percibe que ese sentimiento es auténtico. Y, más allá de la frustración por no llegar a la final, pasadas las primeras horas de bronca, se disponen a dejar otra vez todo en la cancha para alcanzar el tercer lugar. Es raro pero por momentos los Pumas no parecen argentinos.
En el mundo del fútbol, nuestro deporte nacional y popular, las cosas son bien distintas. Los jugadores apenas mueven los labios al cantar el himno, porque parece que se trata sólo de un compromiso meramente protocolar al iniciar un partido. El director técnico de la selección, Alfio Basile, dijo sobre el partido contra Venezuela: “Les perdonamos la vida”. Es decir que no dejaron todo en la cancha, algo que hasta parece una falta de respeto al rival. Nos agrandamos afuera, pero como sea el resultado fue 2 a 0; no parece una gran hazaña. Mientras Marcelo Loffreda quiere terminar el su paso por los Pumas dando lo mejor de sí y que el equipo salga con el mismo ímpetu que en los otros partidos, todavía recuerdo el desprecio del Coco de no ir a recibir la medalla de plata en Venezuela. Como también me acuerdo de las ya míticas declaraciones de Daniel Passarella cuando en Bolivia, para justificar el desempeño de la selección que dirigía por aquellos días, declaró que allí “la pelota no dobla”. Un verdadero desafío que ni los físicos más importantes todavía no pudieron resolver.
En el fútbol, dicen los que saben, tenemos los mejores jugadores, un “dream team” de individualidades pero que nunca termina de cristalizar en resultados; al menos desde 1986 en que ganamos por última vez el Mundial. Siempre tenemos excusas, que nos toca el grupo de la muerte, que hay una conspiración en la FIFA para que no ganemos, etc. En cambio en el rugby, si bien también se habla de individualidades, se menciona más al equipo y al trabajo en conjunto. No van a encontrar un sola declaración de ninguno de los Pumas poniendo a una persona por sobre el equipo.
Otra particularidad es la actitud de los jugadores. Los integrantes de la selección vienen de abajo, son pueblo y muchos salen de las entrañas de la Argentina profunda. Pero siempre parecen como alejados de la gente que tanto los alentamos, se parecen más a estrellas inalcanzables que a personas que consiguieron hacer realidad sus sueños. En cambio, los Pumas son chicos bien, muchos de ellos profesionales que salieron de las clases más acomodadas del país; que “a priori” uno podría pensar que no deberían tener hambre de gloria y pasión porque tal vez su vida esté arreglada en otro ámbito. Sin embargo, uno los percibe más cerca de la gente, con la sangre caliente y con sus sentimientos en carne viva, ganen o pierdan: quieren gloria. Tienen amor por la camiseta. Sé que alguno podrá decirme que eso se debe al amateurismo del rugby argentino. Sin embargo, ese es un argumento inconsistente porque la mayoría de los Pumas juega profesionalmente en Europa. Me adelanto a que otro diga pero el fútbol mueve millones, no podés comprar una cosa y otra. Es cierto, el del fútbol es un negocio mil veces más cuantioso que el del rugby; pero no parece un parámetro demasiado sólido para medir el amor por la camiseta y poner todo adentro de la cancha. No me conforma. Creo que son dos mentalidades bien distintas.
Otra paradoja: mientras los Pumas no se cansan de criticar a la dirigencia del rugby argentino para mejorar las cosas, nunca escuché a los jugadores de la selección mencionar nada sobre la violencia, ni tampoco sobre la perpetua permanencia de Julio Grondona al frente de la AFA. Y convengamos que los dirigentes de la Unión Argentina de Rugby, la AFA del rugby, deben ser apenas párvulos traviesos en comparación con la dirigencia del fútbol local.
No me lo imagino a Loffreda poniendo fármacos en un bidón de agua para menguar el rendimiento del rival. Branco todavía se debe acordar de Bilardo y de la madre de todos nosotros. Claro, pero Bilardo va a ser parte del gobierno de Daniel Scioli si gana las elecciones. Somos la Argentina del fútbol, de las excusas, de las conspiraciones y de no admitir nuestros errores. Los resultados del país también. Sería bueno, que más allá de los resultados deportivos, tomáramos algo de lo que nos dejan los Pumas después de este mundial; pero no creo. Me parece que los Pumas no son argentinos. Perdón, cometí un pecado: me metí con el fútbol. Me rectifico: ¡Viva Coco, la mano de Dios y el Narigón!
3 comentarios:
¡Por fin de acuerdo Martín!
Agrego y me voy de tema:
Enseñanza o moraleja:
Si Los Pumas pudieron, contra los pronósticos, lograr el tercer puesto.
Nosotros podrímaos dejar a la familia kircher y sus cortesanos fuera del palacio real, no??
Hernán Ferreyra
Primero aclaro que vivo en Rosario. Este es mi breve intento de excusarme porque no conocia el programa. Soy ademas colaboradora del rugby infantil del Club Universitario de Rosario, y tengo un hijo de casi 13 años que hace 9 que practica este deporte. Me encontre por casualidad con el articulo "Los Pumas no son Argentinos", y como tenemos una pagina web del rugby infantil del club que funciona sin fines de lucro (de hecho, hasta ahora no hemos logrado conseguir ninguna publicidad y la venimos bancando entre nosotros, aunque esta en nuestros planes conseguir algunos sponsors), quiero consultarles si me autorizan a publicar este articulo, que creo es excelente. Por supuesto, citariamos el autor, la fuente y todo lo que legalmente corresponda. Solo queremos que nuestros chicos lo lean. Gracias desde ya. Y gracias, Martin, por poder escribir, tan claramente, algo que hace años siento pero nunca pude explicar. Besos Moira
Martín:
mis hijos juegan al rugby y mi esposo lo jugó en su juventud y ahora ayuda a entrenar inferiores y debo decir que estoy muy orgullosa que estén tan compenetrados en éste deporte. Más allá de lo que muchos dicen que es un deporte bruto y "peligroso" los valores humanos que le enseñan a los chicos en las canchas supera amplimente los rapones que pueden recibir ábado tras sábado. El concepto de que cualquiera puede tener un puesto y ayudar (faquitos y gordos), la idea de no festejar el try frente a los adversarios (porque no es de caballeros), consigana que se mantiene tanto en el amateurismo como en el profesionalismo, la costumbre del tercer tiempo (depué de haberte matado en la cancha) los templa de una forma que les sirve para toda la vida. Y sobre todo comparado con el fútbol en el que la falta se toma como ventaja para sacar frente al rival, una capida en el rugby no se "mariconea".Un amigo que juega al rugby le dijo a su hijo: "si no querés lastimarte,no juegues al rugby, jugá a las muñecas". Suena duro, pero siempre vuelven a la cancha con ganas de apoyar un try. No es que Los Pumas no sean argetinos, son argntinos en extinsión, pero creo que propagando esos valores, que a todos nos vendría muy bien!
Saludos Martín y venite algún día a jugar también con los veteranos!
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