La enfermedad de Cristina Fernández de Kirchner se convirtió en un culebrón veraniego. Los médicos se convirtieron en estrellas mediáticas que hicieron sus propias interpretaciones y desmintieron a otros colegas. En cuestión de días los argentinos nos convertimos en expertos en cáncer de tiroides y todo fue tomando el cariz de una comedia de enredos, que tuvo su broche de oro con el comunicado del Hospital Austral, solo comprensible para un médico que al parecer en vez de aclarar sembró más confusión. En el medio se perdió el vocero presidencial Alfredo Scoccimarro, que ya no leyó los partes médicos de la salud de la Presidenta porque sencillamente dejaron de existir. La información oficial desapareció, un clásico del kirchnerismo y una vez más hay que guiarse por los dichos del senador Aníbal Fernández: “Está muy bien de ánimo y con todos los cables enchufados”, declaró el ex Jefe de Gabinete. Eso es todo, dando por descontado que la expresión “cables enchufados” debe referirse a que la Presidenta está tomando todas las decisiones y Amado Boudou se limita a tocar la campanita pero ahora desde una oficina ubicada en el Banco Nación.
Como primera medida es muy bueno que Cristina Fernández de Kirchner no tenga cáncer y en este momento esté en “franca recuperación”, como escribió ella misma en su cuenta de Facebook. Pero lo que demostró todo este episodio es, por una parte, la falta de seriedad con que se trató la dolencia de la Presidenta, cuando se anunció un cáncer que en definitiva no padecía y no se trata de polemizar con las explicaciones que dieron los médicos sobre el “falso positivo”. Si había una mínima posibilidad que el resultado podría ser distinto al del primer estudio, como efectivamente ocurrió, debió haberse agotado esa posibilidad antes de anunciar el cáncer presidencial. La decisión es política y no médica.
Es cierto que parte de la polémica se relaciona con el cuidado médico de un Jefe de Estado, que no es una cuestión privada sino pública y debe ser lo más transparente posible; cosa que no siempre ocurre ni en la Argentina ni en el mundo. Pero probablemente el tema que subyace en toda esta polémica, es si el gobierno utilizó la enfermedad presidencial con un objetivo político como una pieza más de su aceitado engranaje comunicacional. En definitiva, la sospecha es si el gobierno sabía que existía la posibilidad que el primer diagnóstico fuera desmentido por un estudio más profundo e igual se inclinó por el escenario del cáncer. Es cierto que el sólo hecho de plantear la hipótesis es grave porque de confirmarse se estaría en presencia de un gobierno que demostraría que no tiene respeto por nada. Pero desafortunadamente esa posibilidad no parece descabellada frente a otras acciones del gobierno en pos de la construcción de un relato que aspira a moldear la realidad a su medida. En este campo es ineludible no acudir al ejemplo del INDEC que sostiene que la inflación del 2011 fue sólo del 9,5% y que en ese periodo la carne se encareció apenas un dos por ciento. Un gobierno que es capaz de mentir de una forma tan descarada durante tanto tiempo en una cuestión como la inflación, que afecta a todos pero especialmente a los más pobres, que no es necesario ser un economista para darse cuenta que los precios del supermercado son muy superiores a los difundidos por el organismo oficial; perfectamente puede –sin el menor de los escrúpulos- hacer una utilización política de la enfermedad de la Presidenta. Es esto lo que está en el fondo de la polémica sobre la enfermedad de la Cristina Fernández de Kirchner.
El kirchnerismo ha demostrado una incontable cantidad de veces que sus límites son, por decirlo de una manera elegante, bastante laxos y que no duda a la hora de hacer demostraciones de poder y poner en marcha las acciones más audaces. Entonces, por qué no pensar que esta vez el gobierno pudo haber actuado como tantas otras veces lo hizo. El planteo no es descabellado pero sí muy grave, porque la falta de límites y de escrúpulos es algo que ya se toma como parte del ADN del gobierno. Se ha convertido en algo normal que el gobierno desafíe cualquier límite a su poder como así que administre dosis diarias de su relato a través de un enorme aparato comunicacional. No se trata de una polémica sobre partes médicos o sesudos análisis elaborados en un lenguaje incompresible para el ciudadano medio, la polémica de fondo se trata de un gobierno que cada vez tiene más rasgos de autoritarismo y que hace mucho dejó de reconocer límites a su poder.
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