Cristina Fernández de Kirchner asumió hace dos años con un índice de popularidad que superaba el 60%. Llegó al gobierno prometiendo jerarquizar las instituciones, implementar políticas de redistribución del ingreso y recrear un clima de tranquilidad luego de la crisis del 2001. Pero nada de eso ocurrió, o mejor dicho, sucedió todo lo contrario.
La primera señal que algo estaba mal ocurrió cuando la Presidenta ratificó a casi la totalidad de los integrantes del gabinete de su marido, muchos de los cuales sufrían un gran desgaste como Julio De Vido y Aníbal Fernández; y otros funcionarios de segunda línea de segunda línea como Guillermo Moreno y Ricardo Jaime. A los tres días de hacerse cargo del gobierno estalló el escándalo de la valija de Antonini Wilson y sus dólares venezolanos, que precipitó la salida de Uberti y un nuevo enfriamiento de las relaciones con los Estados Unidos.
Meses más tarde llegó la crisis del campo que marcó a fuego el gobierno de CFK y fue pródiga en frases poco felices por parte de la Presidenta como “el yuyo” y su vasto conocimiento sobre las actividades rurales que la llevaron a autodenominarse como “una experta” en la materia. En este marco, se produjo la estruendosa derrota de la Resolución 125 que no sólo se llevaron al ministro Martín Lousteau, una figura prometedora malograda por el matrimonio presidencial, sino también no poco jirones de poder y popularidad. La noche del voto “no positivo” de Julio Cobos, que marcó la ruptura definitiva con el vicepresidente que se convirtió en uno de los líderes mejor ponderados de la oposición; configuró una derrota que fue muy difícil de asimilar por los Kirchner.
El paso del tiempo fue desnudando que el verdadero rostro del poder era el de Néstor Kirchner, que nunca dudó en cargarse las decisiones centrales del gobierno; dejando a su mujer en un dramático segundo plano. Mientras el ex presidente quedaba al descubierto quedó al descubierto la figura de Guillermo Moreno, un funcionario multifacético siempre bien predispuesto para cumplir los mandados de Néstor. No cabe duda que la figura de Moreno claramente se convirtió en la contracara de la jerarquización de las instituciones, una bandera arriada por el gobierno hace mucho tiempo.
La destrucción de la credibilidad del INDEC fue el comienzo del aislamiento del gobierno con respecto a la sociedad, que no se conformó sólo con construir un relato de la realidad a su medida, sino que intentó –y sigue intentando- directamente fabricar una realidad distinta al que experimentan el resto de los argentinos. Si a la lucha contra el campo el gobierno puede teñirla de ideológica, en su afán por darle algún tipo de sustento, la disputa con los trabajadores del INDEC terminó rozando el ridículo y puso de manifiesto el objetivo aislacionista de la administración.
Cataratas de anuncios incumplidos, el ataque sistemático y desmedido a la prensa, la ley de medios, la reforma política y el ninguneo constante a la oposición y a las instituciones; terminaron por conformar un estilo que alejó a la Presidenta del pueblo. La misma dirigente que llegó a la Casa de Gobierno, desde hace mucho tiempo prefiere encabezar un acto sólo rodeada por quienes están dispuestos a aplaudirla y festejar sus ocurrencias; por lo general alimentadas de un corrosivo estilo soberbio en sus formas y superficial en sus contenidos.
Hoy, dos años después de su asunción, la popularidad de Cristina Kirchner se ha derrumbado. Sus ministros muestran verdaderos signos de fatiga política, los escándalos de corrupción surgen sin cesar, la inflación con alguna baja sigue siendo una de las más altas de la región.
La señora Fernández de Kirchner no vive en la Argentina, donde sus habitantes están asolados por el crecimiento del desempleo, el aumento de los precios y el incremento exponencial de la inseguridad. Estos son lo problemas que todos los días enfrentan los argentinos, pero son temas que tienen una preocupante ausencia de los discursos presidenciales. En esas ocasiones sólo se escuchan diatribas con un fino barniz ideológico, generalmente utilizado para fustigar a algún enemigo de turno pero raramente para que los argentinos conozcan el pensamiento presidencial sobre los temas preocupantes. Obviamente, al estar fuera de la agenda oficial los temas que más preocupan a los argentinos quedan sin resolver.
La Presidenta vive en un país donde hay seguridad, donde la gente tiene trabajo, hay pleno empleo, los precios no aumentan y el resto de las naciones envidian el paradigma de ese paraíso. Desafortunadamente, los argentinos vivimos en la Argentina donde las cosas son muy distintas.
La primera señal que algo estaba mal ocurrió cuando la Presidenta ratificó a casi la totalidad de los integrantes del gabinete de su marido, muchos de los cuales sufrían un gran desgaste como Julio De Vido y Aníbal Fernández; y otros funcionarios de segunda línea de segunda línea como Guillermo Moreno y Ricardo Jaime. A los tres días de hacerse cargo del gobierno estalló el escándalo de la valija de Antonini Wilson y sus dólares venezolanos, que precipitó la salida de Uberti y un nuevo enfriamiento de las relaciones con los Estados Unidos.
Meses más tarde llegó la crisis del campo que marcó a fuego el gobierno de CFK y fue pródiga en frases poco felices por parte de la Presidenta como “el yuyo” y su vasto conocimiento sobre las actividades rurales que la llevaron a autodenominarse como “una experta” en la materia. En este marco, se produjo la estruendosa derrota de la Resolución 125 que no sólo se llevaron al ministro Martín Lousteau, una figura prometedora malograda por el matrimonio presidencial, sino también no poco jirones de poder y popularidad. La noche del voto “no positivo” de Julio Cobos, que marcó la ruptura definitiva con el vicepresidente que se convirtió en uno de los líderes mejor ponderados de la oposición; configuró una derrota que fue muy difícil de asimilar por los Kirchner.
El paso del tiempo fue desnudando que el verdadero rostro del poder era el de Néstor Kirchner, que nunca dudó en cargarse las decisiones centrales del gobierno; dejando a su mujer en un dramático segundo plano. Mientras el ex presidente quedaba al descubierto quedó al descubierto la figura de Guillermo Moreno, un funcionario multifacético siempre bien predispuesto para cumplir los mandados de Néstor. No cabe duda que la figura de Moreno claramente se convirtió en la contracara de la jerarquización de las instituciones, una bandera arriada por el gobierno hace mucho tiempo.
La destrucción de la credibilidad del INDEC fue el comienzo del aislamiento del gobierno con respecto a la sociedad, que no se conformó sólo con construir un relato de la realidad a su medida, sino que intentó –y sigue intentando- directamente fabricar una realidad distinta al que experimentan el resto de los argentinos. Si a la lucha contra el campo el gobierno puede teñirla de ideológica, en su afán por darle algún tipo de sustento, la disputa con los trabajadores del INDEC terminó rozando el ridículo y puso de manifiesto el objetivo aislacionista de la administración.
Cataratas de anuncios incumplidos, el ataque sistemático y desmedido a la prensa, la ley de medios, la reforma política y el ninguneo constante a la oposición y a las instituciones; terminaron por conformar un estilo que alejó a la Presidenta del pueblo. La misma dirigente que llegó a la Casa de Gobierno, desde hace mucho tiempo prefiere encabezar un acto sólo rodeada por quienes están dispuestos a aplaudirla y festejar sus ocurrencias; por lo general alimentadas de un corrosivo estilo soberbio en sus formas y superficial en sus contenidos.
Hoy, dos años después de su asunción, la popularidad de Cristina Kirchner se ha derrumbado. Sus ministros muestran verdaderos signos de fatiga política, los escándalos de corrupción surgen sin cesar, la inflación con alguna baja sigue siendo una de las más altas de la región.
La señora Fernández de Kirchner no vive en la Argentina, donde sus habitantes están asolados por el crecimiento del desempleo, el aumento de los precios y el incremento exponencial de la inseguridad. Estos son lo problemas que todos los días enfrentan los argentinos, pero son temas que tienen una preocupante ausencia de los discursos presidenciales. En esas ocasiones sólo se escuchan diatribas con un fino barniz ideológico, generalmente utilizado para fustigar a algún enemigo de turno pero raramente para que los argentinos conozcan el pensamiento presidencial sobre los temas preocupantes. Obviamente, al estar fuera de la agenda oficial los temas que más preocupan a los argentinos quedan sin resolver.
La Presidenta vive en un país donde hay seguridad, donde la gente tiene trabajo, hay pleno empleo, los precios no aumentan y el resto de las naciones envidian el paradigma de ese paraíso. Desafortunadamente, los argentinos vivimos en la Argentina donde las cosas son muy distintas.
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